lunes, 21 de septiembre de 2015

El Recre, en estado de confort triste

La zona de confort es ese área de nuestra vida en el que estamos acostumbrados a movernos. La palabra confort nos transmite un significado de tranquilidad y comodidad, pero eso engloba tanto las situaciones buenas o malas que nos son conocidas. Un ejemplo de la zona de confort que vivimos cada uno de nosotros puede ser ir al trabajo, aguantar alguna bronca o mala cara, agobiarnos con el atasco del coche o salir de fiesta el fin de semana. Al fin y al cabo son cosas que conocemos, que tenemos asumidas, y dentro de la inducción positiva o negativa que tenga, las tenemos bajo cierto dominio.

Resumiendo, la zona de confort no es necesariamente la zona más positiva, si no la asumida. Como en este blog hablamos del Recreativo, vamos a basarnos en esta entidad y en analizar su zona de confort. Puedo describirlo en una sola palabra, que es triste. Tristeza cuando una progresión en un club de fútbol se ve caída de lleno hacia el abismo, tristeza en el estilo de juego desarrollado por el equipo, tristeza en las declaraciones. La zona de confort de los Recreativistas empieza a ver normal que las promesas se incumplan, que los problemas económicos nos ahoguen cada día más, o que esa clase y reputación que parecía tener nuestra decana entidad se va al traste cuando ex jugadores hablan regular de lo que hay o la prensa nacional y regional nos tiene más olvidados de la cuenta.

Deportivamente estamos llegando a un punto de confort también bastante triste: aunque nos enfadamos cuando terminan -o durante- los noventa minutos, pedimos alguna responsabilidad y nuestras súplicas pasan a convertirse en auténtica rutina. Eso afecta muy negativamente al aficionado, si ya los más cansinos llegan al partido más con un hilo de esperanza que de realidad, que cada día nos golpea más fuerte. El ambiente triste se traspasa a la grada, que tras dos partidos en casa empieza a perder espectadores y la desgana se convierte en un maléfico motor.

No es José Domínguez un entrenador que motive. Está dentro de la vorágine de la tristeza, sus declaraciones importan poco, su actitud ya ni molesta, pues nunca alzó la voz para crear una ruptura iracunda entre tanta pesadumbre. No es la directiva, en ninguna de sus vertientes, la más indicada para sacarnos de este estado, pues cada vez que notifican algo parecen buscar culpables en otros sitios en vez de proveer de soluciones reales. Están, incluso, los jugadores dentro de esa nube compungida que hace que los noventa minutos sean más cercanos al suplicio que al espectáculo.

Una de las formas de romper la zona de confort es acercándonos más a la zona del miedo, a eso que tanto tememos hacer por falta de conocimiento, pero que realmente esconde un mundo de posibilidades por descubrir. Volviendo al ejemplo, es lo que ocurre cuando viajas, o cuando coges un libro que te ofrece nuevas perspectivas. En ese momento llegas a una zona que, lejos de todo el miedo que siempre nos ha infundido, empezamos a  ver que es muy estimulante. Y posiblemente se cometan errores, pero serán nuevas experiencias que nos harán cambiar nuestra forma de presenciar la realidad. Cuando no podamos asumir algo de la zona del miedo, entonces tendremos que dar un par de pasos atrás, coger las herramientas y conocimientos que disponemos en la zona de confort y hacer que ésta crezca, consumiendo parcela al terror a lo desconocido.

El Recreativo se encuentra en un momento en el que la zona de confort triste nos ha absorbido tanto como para estar muy asustados, tanto aficionados como directivos, de atrevernos a surcar las partes del miedo. Nuestro hábitat natural está sumido en el pesimismo, en ser peores. Con la llegada a Segunda División B, surcamos por obligación un lugar inexplorado, nuevo, por el tiempo que no pisábamos esta categoría. Bajamos un escalón y creímos que teníamos el potencial suficiente para ser grandes y hacernos fuertes aquí. Es como si la propia zona de confort fuera un área tan reducida, que cualquier cosa nos acerca a la zona del miedo. Pero seguimos con las mismas estrategias, a nivel de directiva, de cuerpo técnico, de aficionados, y estamos asumiendo dentro de lo terrorífico, que seguimos siendo igual de malos que antes.

Es lo más peligroso que nos puede suceder, porque la zona de confort se hará tan pequeña que nos asfixiará. ¿Cómo podemos escapar de ella? Haciendo locuras. ¿Cuáles son esas locuras? Quizás yo no tengo la respuesta, pero es explorar nuevos horizontes, y sobretodo, perder miedo, incluso a equivocarse. Equivocarse no importa con la soga al cuello si buscas soluciones. Quizás pase por movilizaciones de aficionados, organizadas o no -mejor organizarse, desde mi punto de vista- o quizás pase porque deportivamente demos un puño en la mesa rompiendo lo establecido -aunque esa es la solución más fácil, la más exterior y la menos cambiante del confort, entra dentro del confort buscar nuevas tácticas y probar cosas- o quizás sea la directiva la que tiene que cambiar de estrategia, no asustarse, confiar en quien teme ahora, buscar ayuda.

Cada uno tendrá su responsabilidad. Yo prefiero acudir a la zona del miedo, ver nuevas cosas, sin importar que me equivoque. Siempre nos enseñaron a ser pasivos para que no nos criticaran. Nos enseñaron a tener la espalda cubierta y la barriga llena, aunque sea de miseria. Quizás nos enseñaron mal. Estoy loco. Algunos estamos locos. ¿Nos juntamos de verdad muchos locos y rompemos la zona de confort? ¿Nos atrevemos a descubrir nuevas experiencias? ¿Hacemos eso que dicen que está mal que hagamos?

Está en nuestra mano. Pero no quiero dejar de inhalar en esta tristeza.